lunes, 2 de agosto de 2010

El fin de la Muerte

Juan Domínguez, soltero desempleado de 29 años, ganó la Lotería. Desde luego, fue listo e inmediatamente empezó a invertir en diversos negocios que poco a poco empezaron a generar grandes ganancias. La vida le había sonreído.

Un día, viendo su futuro asegurado sin que su presencia fuera requerida, Juan tomó una decisión mientras tomaba un cóctel en la terraza de un caro hotel costero: dedicaría el resto de su vida a la juerga. Fue así como este nuevo rico deambuló solo durante años de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de país en país, de continente en continente, frecuentando bares, restaurantes, burdeles, parques de atracciones… A menudo se infiltraba en las celebraciones ajenas, como fiestas de cumpleaños, bodas, bautizos… Incluso en los funerales; nada podía parar a este hombre decidido a perpetuar la fiesta hasta el fin de sus días.

Transcurrían los años, mientras su popularidad como juerguista iba creciendo en todo el mundo: frecuentemente aparecía en los diarios, las revistas del corazón, los programas de cocina… Un día tal popularidad llegó a oídos de la misma Muerte, siempre ocupada en oscuros menesteres, que decidió hacerle una visita.

Juan se encontraba ebrio y felízmente acompañado en la habitación de un hotel cuando, de repente, la Muerte hizo su aparición guadaña en mano. Sus acompañantes, que eran cinco mujeres de diversas nacionalidades, huyeron como pudieron, arrojándose entre gritos por las ventanas o huyendo por los pasillos del mismo modo. No obstante, tal presencia no pareció afectar al hombre borracho que yacía en la cama con una botella evidentemente alcohólica. La Muerte al fin habló:

- ¿Sabes quién soy?

- El atuendo, la guadaña… Claro que sí, diablos –balbuceó Juan.

- Entonces…

- Entonces… ¿qué?

La Muerte suspiró.

- Juan Domínguez, ¿no crees que ya estará bien? No puedes seguir llevando esta vida de excesos, hombre.

Juan miró a la Muerte con descaro.

- ¿Y qué si no te hago caso? – esto bastó para que ésta enfriara su mirada y cambiara su tono de voz:

- SI NO, VOLVERÉ A POR TU ALMA.PRONTO.

Se produjo el silencio entre ambos, e incluso más allá.

- Y si has de volver, ¿Por qué no te quedas ya y te vienes de fiesta conmigo? Hay una despedida de solteros en la habitación de al lado.

La Muerte no supo reaccionar cuando Juan la cogió del brazo y la llevó a tal fiesta… A la que siguieron más y más fiestas, en las que nunca faltaba el alcohol, las mujeres y todo tipo de música, desde pasodobles hasta el death metal y la música disco. Bares, complejos turísticos, recintos feriales, casinos… Pronto la Muerte olvidó su oficio y se entregó totalmente a la labor que el eterno juerguista desempeñaba.

Pero la hora, lamentablemente, al fin llegó. Tarde o temprano, alguien que se entrega durante años a tales excesos obtiene su correspondiente factura.
Ésta fue la inscripción de su lápida:

D.E.P.
Su Ilustrísima MUERTE
(Principio de los tiempos – 2010)


Cabe decir, por supuesto, que Juan Domínguez corrió con los gastos del funeral, que presenció acompañado por la fiesta que le caracterizaba.